Cuando era chica, tipo 8, 10 años, me encantaba hurgar por las cosas de mi mamá. Revisar cajas con revistas de los ochentas adentro. Me encantaba ver cómo se vestía la gente en esa época: las hombreras, los colores estridentes.
También me gustaba revisar sus maquillajes, sus papeles, sus cajones, todo, todo. Era una actividad que me generaba un placer extraño, aunque yo sabia que eso no estaba bien y que a mi no me gustaría que me revisaran mis cosas, no me importaba eso, yo solo quería ver.
Como que una curiosidad compulsiva me invadía.
Ahora me gusta googlear a la gente nueva que conozco. Es como una forma de saber con quien estoy tratando. No paro hasta encontrar algo de aquella persona que busco. Ahora soy una espía cibernética.
Cuando voy a lo de Rainer, me gusta llegar y observar toda su habitación, captar hasta el más mínimo cambio. Lo que me gusta de él es su universo chino, todas las cosas que le pasan, todas esas personas desequilibradas que conoce, ese mundo bohemio y medio enrarecido en el que se mueve. Yo en ese mundo me sentiría mal, yo no pertenezco, tampoco quiero pertenecer, yo sé que no es mi territorio, pero me encanta que me cuente. Para mí él, es como una gran usina de historias.
Con las fotos viejas de la vida cotidiana de los otros tengo una especie de fascinación. Puedo mirarlas durante mucho rato. Me encanta observarlas, me encanta imaginar el pasado que muestran las fotos.
Creo que definitivamente tengo alma de espía, o será alma de observador?
Sentarme afuera del caos de los otros y observar, aprender, convertirme en ojo.
(Por algo me dedico/me voy a decir a la crítica de arte, porque que es el critico de arte sino una especie de ojo gigante, con discurso propio, claro, pero su objeto de estudio no deja de ser eso que hicieron los otros. Se alimenta de otras discursividades, de otras ¨ historias ¨. Otra vez la presencia del afuera, ese lugar que me gusta tanto)
Sara
lunes, 18 de agosto de 2008
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